En modo avión.
En marzo de este año recibí la visita de mi mamá. Con la felicidad que podía representar tenerla en casa, llegó con harina para arepas, bombombunes, regalitos de mis amigos y algunas pertenencias que extrañaba, pero también me aterrizó “de sopetón” en conversaciones del estado de salud de mi abuelita y de la posibilidad, ·que yo sinceramente no contemplaba· de verla partir pronto, por que los abuelitos deberían ser eternos… no?
Mi abuelita hasta sus últimos minutos fue una mujer lúcida, conversadora, consciente, graciosa y sobretodo amorosa. Desde que llegué a establecerme en Francia hablábamos mucho, me enviaba notas de voz por WhatsApp y disfrutaba de mis llamadas, mis historias y los videos que grababa con mi esposo. En llamadas y videos no podía percibir por completo el deterioro de su salud y el paso de los años, que ya empezaba a pasar su factura.
El 11 de abril recibí la llamada de una tía diciéndome que se habían llevado a mi abuelita para la clínica, (había sufrido un infarto) pero yo no lo supe de inmediato.
El impacto fue tremendo. Un dolor en el alma tan profundo que solo podía salir con lágrimas. Abracé a mi mamá y lloramos juntas. La distancia aumenta la incertidumbre y solo sientes ganas de tomar el primer avión para estar a su lado. Mi mamá lo sentía y yo también. Fueron horas de espera, desesperanza pero ilusión de que fuera algo pasajero.
Mi mamá sufría y yo quizás el doble, pero debía ser más fuerte. Contemplamos la posibilidad de que regresara esa misma semana pero paradójicamente yo me casaba ese fin de semana, ¡qué momento tan duro! abruptamente empezábamos a prepararnos para decirle adiós. La vimos por videollamada, las dos temíamos que fuera la última vez; ella con increíble fortaleza nos dijo “estén tranquilitas, yo me voy a aliviar”.
Los minutos pasaban y aunque nosotras no nos hallábamos, yo sentía que debía hacer algo por mi mamá ·o por las dos· para vivir este proceso ACEPTANDO LA REALIDAD DE ESTAR LEJOS.
Así que tomé un par de hojas, marcadores, y nos fuimos para el mar. En la playa le propuse a mi mamá construir unos barquitos de papel y escribir una petición por mi abuelita, lo que nos naciera del corazón. Yo escribí “Que ella esté bien” soltando las expectativas de tenerla en la tierra o en cielo, con el más puro deseo de que se hiciera la voluntad de Dios y escribí “reconciliación”, porque a pesar de las nunca infaltables diferencias, estoy segura de que ella lo hubiera querido para todos en la familia.
Nos quitamos los zapatos y nos metimos al mar a soltar los barquitos. Lloramos, hablamos, nos abrazamos. Nos reconciliamos de una discusión tonta que habíamos tenido días antes.
Qué momento tan difícil pero tan sublime.
Toda la vida estuvimos para ella. Disfrutamos muchos momentos, paseos, cumpleaños, grados, navidades y justo ahora no estábamos a su lado.
El apoyo que recibí de mis amigos más cercanos fue inigualable. Sus palabras me reconfortaron el alma porque son muchas las cosas que piensas y sientes al estar lejos, aunque sí tenia claro que la culpa o el arrepentimiento no eran de estos sentimientos.
La vida nos prestó unos meses más a mi abuelita para prepararnos con amor, como bien sabia hacerlo ella, y cuando me sienta preparada, esa seguramente será otra historia.